Tras la Navidades en España (de hace dos años) volví a Bélgica con un sentimiento melancólico tras pasar estas fechas con la familia. Se me hizo complicado, pero poco a poco me fui acomodando de nuevo a mi vida belga. La primera grata sorpresa que tuve fue en el aterrizaje en Bruselas donde descubrí que el cielo se encontraba totalmente despejado y conseguía distinguir el verde de los campos, las casitas de “chocolate” y los ríos… una postal sacada de un cuento infantil…
1 comentario:
Anónimo
dijo...
Es lo que tiene el cielo belga, que de vez en cuando sorprende muy gratamente... y hay que ver cómo se nota en el carácter de la gente!
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Es lo que tiene el cielo belga, que de vez en cuando sorprende muy gratamente... y hay que ver cómo se nota en el carácter de la gente!
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